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sábado, 8 de agosto de 2009

Knock Out

Los primeros seis meses, a contar desde el día en que La Gringa abrió sus puertas, fueron una lucha despiadada.

Antonio se ocupaba de hacerme publicidad entre sus clientas al mismo tiempo que criticaba las aptitudes de mi competidora. Todo esto en el marco del almacén, mientras envolvía cien gramos de jamón cocido o embolsaba un jabón en polvo.

- ¿Algo más Doña Alicia? - decía - ¡Qué bien le quedarían unos reflejitos en su pelo! Claro que si se los hace La Gringa, en lugar de mi vecina Ester, puede aparentar que lleva una peluca. ¡Válgame Dios! Lo importante que es tener una buena peluquera.

Y así con cada una. Claro que esto no fue gratis. Yo quedé esclavizada a comprar en su negocio, aún cuando abrieron un Supermercado con nombre francés que vendía bastante más barato que él.

Walter no respondía a mis sugerencias, pero su embobamiento con Betty lo convertía en alguien fácil ante sus pedidos. Ella iba y, mientras se enrulaba con el dedo un mechón de cabello, lo miraba a los ojos y le decía: ¿Waltercito, vos podrás repartir estos volantes de la pelu?
Y él salía disparado a empapelar el barrio con mis promociones. No tenía ningún problema en hacerlo inclusive frente a la puerta de la peluquería de La Gringa, que terminaba corriéndolo a escobazos.


Mientras que mi Betty tenía asistencia perfecta, su Cuca faltaba al menos una vez por semana. Siempre por culpa de su hijo, Brian, que estaba detenido en la comisaría o que terminaba apuñalado en la guardia de algún hospital.

Mirta era el único soldado que le quedaba, pero ella no podía con todo. Como era tímida, sólo repartía volantes sin decir nada, así que la mayoría de las veces presenciaba como sus papeles terminaban en el tacho de basura o diseminados por la avenida como en pleno carnaval.

Una tarde, después de casi doscientos días de pelea, La Gringa entró en mi peluquería. Tenía los ojos inyectados en sangre y los brazos sin gracia cayendo a ambos lados de su cuerpo. Arrastraba los pies con pereza y le costaba mirarme a los ojos. Finalmente me dijo:

- Che...Ester. Basta.

-¿Basta?¿Basta qué? - le pregunté haciéndome la que no entendía.

- Ganaste, no doy más. Sos más astuta que yo. Prometo atender a mis cuatro o cinco clientas sin querer robarte los tuyos.

- ¡Mi querida, qué bueno que te dieras cuenta! La diferencia entre vos y yo no es la astucia. Es que vos sos una mísera peluquera de barrio y yo soy estilista. ¿Entendés? Es-ti-lis-ta.

Eso que le dije fue como una piña en la mandíbula de La Gringa, que me miró desencajada desde el otro lado del mostrador.

Y yo... yo gané por knock out.


8 comentarios:

Virginia Prieto dijo...

pri!
que duro..
en el fondo, la gringa me dió lástima
fuiste un poco dura pobre mujer...

Unknown dijo...

en mi cuadra hay 2 peluquerias, una la de cristian estilista (no, no es puto) y otra verde, que ni se el nombre que se llena de viejas chusmas, yo obvio que voy de cristian es-ti-lis-ta

Ester López dijo...

Vir: No, cero lástima...era ( y es ) una zorra.

besos



Angie: Lógico. Tu elección habla de una persona con es-ti-lo ;)

Besos para vos.

Alfa dijo...

Que lindo es cantar Victoria no? Felicitaciones!!!

yo, mamuchi dijo...

Ves al final no neceasitastes mandar las flores, eso si a la pobre la enterraste viva.!!!1

Randy dijo...

1, 2, 3... kO!!!
ding, ding, ding, ding!!!!

William Rossini dijo...

Buenas! Estas historias me dan ideas para los cuentos que escribo...
¿Cómo sigue?
Saludos
William (El del feis)

Alfa dijo...

queremos post nuevo!!!! Dale Ester!!! No te duermas jajaja
Besos