La Gringa es un mina de mi generación que acusa haber tenido una vida difícil y que se la pasa restregando su miseria a los habitantes del vecindario.
Cuando éramos amigas, hace más de veinte años, una vez le conté mi sueño de ser estilista (repitan todos: es-ti-lis-ta) y se me rió en la cara.
- ¿Peluquera? Eso no puede ser el sueño de nadie normal - me dijo
¡Ay, la bronca que me dio que de su boca escasa de piezas dentales saliera semejante burla!
Ella se daba el lujo de censurar mi sueño...¡ella que fantaseaba en blanco y negro y que lo máximo que aspiraba era la mugre de la alfombra!
Así que con tal de demostrarle que podía, me anoté en cuanto curso de cuafer había y fui enmarcando los certificados que se amontonaban en la repisa de mi pieza.
Después saqué un crédito para microemprendedores que daban en la Municipalidad, vendí el tapado de piel que había heredado de mi abuela y hasta el ciclomotor.
Abrí Salón Biuti, y ella se descompuso. Estuvo una semana sin ir al almacén de Antonio ( que en ese entonces estaba al lado de mi negocio) con tal de no pasar por la puerta.
La envidia la carcomía y yo disfrutaba mi logro como una madre primeriza.
Pero la yegua de La Gringa no se quedó tranquila.
Al mes, comencé a verla pasar por la vereda de mi peluquería cargando cuadernitos y bolsas con la marca de un auspiciante de tinturas y sospeché que algo se tramaba.
La muy zorra estaba tomando clases para ser mi competidora.
Al año y medio inauguró "La peluquería de La Gringa".
Ella cierra lunes y domingos.
Yo hace dieciocho años que abro los lunes.
No es porque no me haga falta descansar sino porque esta turra no se la va a llevar de arriba.
Estilista en mayúscula hay una sola. Y soy yo, Estercita.-
Guai el que diga lo contrario.